sábado, 15 de mayo de 2010

Me encuentro en este pedazo de tierra desolada, infértil, fértil, infértil. Desde acá uno desea estar allá, incluso estar detrás de todos los sucesos dolorosos, mucho antes de que sucedan. Pero un momento, la tierra se mueve ¿hacia dónde? ¿Estoy sobre el lomo de una tortuga? Con razón no puedo enterrar mis pies y sentir la frescura de la tierra matinal. Me muevo hacia un crepúsculo indefinido que trabaja los cielos con sus óleos anaranjados. Se hace de noche... me da miedo la oscuridad, y más cuando estoy en el lomo de una tortuga, en el medio de un mar de leche ¿Qué creaturas viven en estos complicados e inimaginables entornos blancuzcos y níveos? ¿Peces de leche? ¿Galletitas? ¿Cucharas con cacao bien resguardado bajo una membrana impermeable, lista para romperse en el momento oportuno, y agregarle sabor al mar, en una relación de simbiosis absoluta? Incluso de noche las inmensas mareas de leche (leche, leche, leche, ¡por todas partes!) reflejan grumos amarillentos en el caparazón de la tortuga, dándole así un extraño brillo a sus flancos. Tengo miedo, de todos modos. Muy oscura es la luz ahora, muy oculta está. Lo agobiante de la existencia es no saber hacia dónde ir, y no saber hacia donde uno es llevado.